La modalidad de estos cafés no funcionó mucho en Argentina y
rápido adoptaron la forma de “locutorios”. Es decir, el lugar a donde íbamos a
imprimir trabajos de la facultad o jugar juegos en red. Así como antes los
teléfonos y los celulares no eran lo normal en todos los hogares y la gente iba
al locutorio a comunicarse telefónicamente, el ciber se convirtió en un salón
lleno de computadoras donde las personas iban a usarlas.
Estos establecimientos donde, por alguna u otra razón
pasábamos tiempo, contribuyeron a la masificación de internet que de a poco
llegaría, con el fin de la década, a todos los hogares dándole sentencia de
muerte a la moda de los ciber. En la primera década de este milenio, las
conexiones hogareñas pasaron del 38% al 83%. En números, en 1995 llegaron las
primeras conexiones a internet al país, en ese momento sólo ochenta mil usuarios
tenían red. A fines del año 98 la cantidad de usuarios alcanzaba los 230.000.
Con la llegada de las líneas 0610 se pudo ofrecer tarifas más económicas y para
el 2000 los conectados ya eran alrededor de dos millones y medio. Bajando el
costo 10 veces respecto del año 97.
Entonces, para muchos de los niños, adolescentes y adultos
de esos años, el ciber se convirtió en una necesidad y un lugar habitual.
Dependiendo de la franja etaria, hacíamos una u otra cosa: los más grandes,
pagaban turnos de uso para hacer trabajos prácticos y los más chicos, sobre
todo llegando al fin de la década, jugaban juegos en red (el ciber más grande
de acá llego a tener cinco pisos y cien computadoras). En este último caso,
esto significaba que muchos de esos chicos que se pasaban horas jugando (razón
por la cual los ciber eran criticados desde los medios), no estuvieran en la
calle. Formándose auténticas redes de contención y comunidad entre ellos (se
había generado un circuito que iba desde el hogar a la escuela y del colegio al
ciber).
Si bien la tradición de jugar juegos de forma conjunta
existe desde siempre (por ejemplo, nosotros nos juntábamos en grupo para ir a
Sacoa o a Playland a jugar al Dayonta o al juego de los Simpsons) el alcance de
internet permitía jugar con niños de otros países y conectarse con otras
culturas.
Fue por estos años que en Argentina nació el fenómeno de los
floggers (la palabra es el resultado de la conjunción de foto y blogger). Los
chicos que antes jugaban al Battlefront, Counter Strike o Warcraft habían
empezado a usar Fotolog, una plataforma que permitía subir fotos, tener un Nick
name e historizar la adolescencia de muchos sectores que eran invisibles para
las instituciones y los medios. Básicamente les permitía a las personas biografiar
online su vida acompañándola además de fotos (al comienzo Fotolog permitía sólo
una foto por día, permitiendo luego a cambio de una membresía Gold, publicar
más cantidad y tener más exposición).
Fotolog fue el bautismo de toda una generación en redes
sociales. Opacada luego por Facebook, MySpace, Flickr y precedida por MSN, ICQ
y los blogs tradicionales, permitió el registro visual de toda esa generación.
Incluso, el gen del concepto de selfie puede ser rastreado allí.
Estas comunidades digitales que habían nacido en los ciber y
se habían perfeccionado en Fotolog hacían aparecer por primera vez en los
medios el concepto de “tribu”. Para aquellos que fuimos adolescentes antes de
esa era, el concepto de tribu si bien no existía describía a lo que eran los
punks, los skinheads, los rollingas, los mods, etcétera. Subculturas jóvenes
caracterizadas por elementos identitarios como ciertas prácticas, la ropa, la
música, los modos de hablar, etcétera.
En una nota del 2008 un diario señalaba como el aspecto
importante de fotolog, la posibilidad de tener sexo fácil. Como suele suceder
con los grandes medios comandados por adultos no usuarios de estas novedades,
el prejuicio es lo que rápidamente acuden a difundir. No entendiendo el aspecto
comunitario de una red social descuidaban el hecho que, quizás, el no poner el
cuerpo que posibilita las redes sociales permite a muchos hacer y decir cosas
que de otra forma no diría ni harían (el lado no tan copado de esta nueva
posibilidad lo representaría el hateo o del ghosteo del que hoy tanto se habla).
Pensemos la magnitud de los fotologs con cifras como las que
Cumbio, quizás las flogger más conocida de todas, cuenta a Filo News[1]:
250 mil seguidores y 50 millones de visitas a su blog. Hoy que estamos
acostumbrados al concepto de “reacción” se nos hace difícil dimensionar lo que,
para un adolescente de aquel entonces, significaba tener tal alcance y
exposición. Allí podemos encontrar por primera vez también la idea de los
“influencers”, aunque todavía sin el significado comercial del fenómeno. En los
años de la crisis del 2001 estos chicos con looks disruptivos y con bailes y
colores, le daban cierre a la cultura menemista para siempre. Porque Cumbio
era, además disruptiva para el standard comercial de la época: era lesbiana y
le gustaba la cumbia. Situémonos en la era de las novelas con personajes
hegemónicos de Cris Morena para entenderlo. Pero, además, porque en general
muchos de esos chicos eran los outsiders de una sociedad de clases que había
encontrado su grupo de pertenencia a punto tal que pasaron a la acción: elegían
lugares donde reunirse y era muy común que si pasabas por el Shopping Abasto te
encontraras con miles de floggers reafirmando su identidad. Eran miles de
chicos que no se sentían rugbiers ni góticos ni chetos por lo que esa red
social se convertía, como en el caso de los ciber, en un lugar de encuentro en
los años de crisis que se vivieron en nuestro país.
En una entrevista a Cumbio con El método Rebord, ella misma
cuenta que viniendo de una familia pobre, había encontrado una red de
relaciones con personas que, como ella, no se sentían representadas en ningún
grupo de los existentes.
En estos días un periodista afirmaba en televisión que
Javier Milei el candidato de La libertad avanza, no podía ganar las elecciones
por carecer de “territorio”. A lo que quizás habría que aclararle al
periodista, que siendo una opción electora que ancla en los medios y las redes
sociales, es quizás el territorio con más alcance y el más inclusivo de todos,
el de las redes sociales.
El fenómeno del gaming en Argentina tuvo su desarrollo en
los equipos de e-sports. Ampliando el concepto, hay gente que contrata
adolescentes, forma equipos, los entrena y se queda con una participación
cuando alguno de ellos gana un premio en algún mundial sea de deporte online o
de juegos de batalla. Es decir, hay en el mundo virtual un correlato del
compañerismo, de la autosuperación y de la idea de grupo que siempre es opacada
por la crítica adulta y hegemónica hacia la idea de tener a los chicos frente a
una pantalla. Habría que pensar qué les cuestionamos cuando los convocamos a
vivir la realidad: qué realidad, difundida por quien, con qué idea de futuro e,
incluso, por qué. Muchos de los jóvenes que participaron en una u otra forma de
comunidad virtual hizo su red de relaciones en el marco de su propia realidad y
donde el grupo, dio, además, contención en algunos de los peores años de
nuestra economía. En los relatos que hacen de aquellos años de su juventud, los
adultos que los recuerdan, traen a la narrativa los muchos amigos que se
hicieron en ese entonces.
Otra comunidad que, siguiendo con el desarrollo natural de
la tecnología, dio cobijo a mucha gente, fueron los grupos de Facebook. Quizás
uno de los mas conocidos fue el grupo Resistiendo con aguante que se creo
cuando Daniel Scioli perdió las elecciones presidenciales de 2015 contra Mauricio
Macri. En ese entonces, muchos de los que habían acompañado a la fórmula del
kirchnerismo formaron una comunidad de resistencia que los acomunaría. Nacía en
aquellos años la retórica de la resistencia, una mística basada en la epopeya
de los que creían que había que dar la pelea cultural en los años del macrismo.
Resistiendo…, dice en su descripción, fue creada en Facebook
para resistir al neoliberalismo, comenzó como un espacio virtual donde personas
que compartían afinidad política e ideológica con la propuesta del llamado en
aquel entonces Frente para la victoria podían encontrarse, compartir elementos
identitarios y reafirmar su pertenencia al grupo mayor que, claro, excedía la
red social, pero además, mostrando una novedad a las formas clásicas de la
militancia. A tal punto fue creciendo en participantes que tuvo dos
convocatorias bastante masivas, una en el Obelisco y otra en Plaza de mayo.
Otro capítulo en este recorrido es el caso de los foros.
Musiquiatra, BTT, Enfierrados, son comunidades de aficionados a determinado
deporte o hobbie en los que los usuarios comparten dudas, enseñanzas, logros o dándose
ayuda mutua. Suelen estar regulados por moderadores que hacen las veces de
autoridad sobre los contenidos para que éstos sigan un determinado eje
conceptual. Como en el caso de los floggers, también suelen hacer reuniones
donde se ven las caras de forma real.
En estas líneas intente contar cómo las redes sociales, a
través de las ultimas dos décadas, han dado un espacio de contención,
participación, socialización para miles de personas. Por supuesto que tienen un
aspecto oscuro que aquí no he desarrollado, por ser del que más se suele hablar.
Pero lo que me interesaba traer es el aspecto comunitario del fenómeno en
diferentes años y aplicaciones. Ese aspecto de los foros, de grupos como
Resistiendo…, de Fotolog no es la mas difundida.
En un trabajo para la Universidad de Buenos Aires, y
siguiendo a Cecilia Flachsland y su libro Desarma y Sangra, dije que en los
noventas y producto de la fragmentación de lo social que había sido una de las
consecuencias del neoliberalismo, conceptos antes aglutinantes como Nación,
Patria, etcétera, se habían reducido a los márgenes del barrio. Es lo que dio
forma al rock barrial de los 2000, donde los pibes de los sectores populares
resistían los embates de la cultura menemista y el modelo especulador a través
de letras que retrataban las circunstancias del barrio y la debacle del
proyecto de comunidad que supimos tener.
Hermética cantaba en el año 94 “Cervezas en la esquina del
barrio varón/Rutina sin malicia que guarda razón/Quien olvidó las horas de su
juventud/Murmurando se queja ante esta actitud/Allí esperan mis amigos en
reunión/Mucho me alegra sentirme parte de vos” y luego sigue “Se que muchos
cavilan, buscando el porqué/Preferimos la esquina y no mirar tele/Yo la creo
vacía de realidad/La verdad en la esquina está latiendo”. El suelo común, esa
nación que antes coincidía con los límites geográficos tendrá su anclaje en los
años venideros en las redes que formen los adolescentes. E internet, fue el
soporte desde el cual esos vínculos crecieron.
Cada uno de nosotros tiene una memoria de esos años,
nuestras narrativas se insertan en la historia de una sociedad que siempre ha
buscado la forma de perdurar en su constante ir hacia lo comunitario. Quizás,
en tiempos donde los relatos totalizadores que nos explicaban se han
fragmentado, haya que buscar en lo micro la subsistencia de lo que todavía nos
acomuna siempre con la perspectiva puesta en la construcción del colectivo que
supimos ser y debemos reconstruir.
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