El primero en verlo fue un hombre que acababa de bajar las escaleras apurado al andén. Noto algo extraño en él por lo que, curioso, se paró a una distancia suficiente y lo observó un rato de forma discreta.
Minutos después llegó un grupo de colegiales. Uno de
ellos al notarlo dijo
- Ese es un opa - y los demás se rieron.
Una señora que llevaba de la mano a una nena y que con la otra mano sostenía una bolsa con las compras del supermercado, le dijo bajito a la nenita
- No lo mires - pero ella
no paraba de mirarlo.
De a poco la estación se fue poblando y, cada vez más, la
atención se dirigía a él. Incluso la pantalla que avisa la llegada del próximo
tren y que suele acaparar la atención de quienes esperan fue perdiendo su
habitual protagonismo
- Pero ¡qué desubicado! - le dijo una mujer de unos cuarenta años. - ¿No ve que perturba a todos? - pero él, no respondió.
Las personas hablaban entre sí y lo señalaban. El aire se
había puesto tenso con el transcurso de los minutos y el tren seguía sin
aparecer. Un hombre de unos cincuenta años hacía un rato que esperaba que
alguien hiciera algo, así que ya cansado de esperar se presentó como abogado y lo
instó a que abandonara ese comportamiento. Un militar que también estaba ahí opinó
que seguramente se trataría de un drogadicto, que bastaría con sacudirlo un
poco para que se pusiera firme y dejara de joder a todos. Pero todos y cada uno
de ellos obtenían la misma respuesta: él permanecía quieto, sin decir ni hacer
absolutamente nada, con la vista perdida.
Alguien pasó a su lado y lo empujo levemente pero tampoco
obtuvo respuesta. Unos pungas del subte se disponían a robarlo pero pronto
advirtieron que no tenía nada. Tenía puesta una remera y un pantalón cuyos
bolsillos se evidenciaban vacíos. No llevaba reloj ni cadenas. Difícilmente
pudieran obtener algo de él así que optaron por cambiar de víctima.
El empleado de maestranza que barría el andén mientras
escuchaba la radio observó la situación, y, como haciéndose el distraído, se acercó
prudentemente hasta cierta distancia pero no logro deducir sus intenciones por
lo que se alejó malhumorado.
- Te dijimos que la termines pero no querés entender estúpido- le gritaba uno de los adolescentes del grupo de colegiales. Él se levantó y se sacudió apenas, pero no contestó la agresión ni protestó.
La mujer que estaba con la nena agarró una verdura de la bolsa y se la tiró, dándole en el hombro. Hasta una chica de unos treinta años que parecía salir recién de trabajar porque tenía puesto un trajecito combinado con una cartera elegante, lo escupió de frente, intentando provocar algún cambio en su postura. La gente lo puteaban y le gritaba. En un momento el militar que lo había acusado de drogadicto, quiso poner a prueba su teoría, propinándole un cachetazo en la cabeza que lo dejó en el suelo aturdido por unos instantes. Y cuando apenas recobraba el control de sí mismo e intentaba pararse, un par de policías lo tomaron de un brazo, lo acomodaron contra la pared y le pidieron el documento. Ante la falta de respuesta uno de los oficiales lo increpó
- ¡Señor cese en esa actitud! - Ni una mirada de respuesta les dio. El policía perdió la calma, desenfundó su arma paralizante y le tiró a quemarropa. El shock lo electrocutó volviéndolo una suma de músculos rígidos tirados en el piso sin control. Fue en ese momento que la muchedumbre empezó a patearlo mientras lo puteaba, lo escupía y le tiraba todas las verduras de la bolsa de la mujer, que quedó vacía tirada en el andén.
- ¡Hijo de puta! - le dijeron. - ¿Quién carajos te crees que sos ahí parado sin hacer nada? - le reprocharon.
Lo golpearon hasta matarlo, en el mismo instante en que llegaba el tren.
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