Reescribí varias veces este artículo intentando no presentar una perspectiva conservadora de lo que voy a decir. Porque soy fan del rock y guitarrista, y hablar de drogas y rock suena un poco policíaco. Pero son unas palabras que prefiero dejar antes que ceder a la autocensura, acúseme de aburguesado con justicia, pero aquí van.
Hace poco Charly
García cumplió setenta años y fue festejado por todo el ambiente de la cultura.
Yo, como fanático de todas sus versiones, estaba mirando uno de esos festejos cuando escuché que alguien
dijo “es un milagro que este vivo”. Y me vino a la cabeza ¿qué significa esa
pregunta?
Casualmente vengo
de leer varias bíos de estrellas de rock como la de Richards, la de Clapton y junto
a esta nueva moda de las biopics me fue dando la impresión que preguntarnos
sobre el milagro de la supervivencia en estos monstruos habla más de la suerte
de su supervivencia que de dotes sobrenaturales. Porque quién puede creer que
Richards tiene un mejor cuerpo que Joplin, que Bill Evans se murió por no tener
el aguante de Clapton, o que Cobain se dio un tiro en la cara porque no le
dieron los huevos como sí le dan a otros. Porque este artículo habla también de
aquellos que se han quitado la vida, o han arruinado la vida de otros por adicciones.
Entonces recordé
el capítulo de Robert Fripp en el libro de Sergio Marchi, donde cuenta que
Fripp escribe unas palabras a un seguidor suyo que le había objetado su postura
anti drogas y le describe su experiencia como docente y músico respecto de las
drogas cerrando el comentario con una anécdota fulminante: hacia el final de su
vida, Hendrix el más grande mago de la historia de la guitarra, había perdido
su mojo a causa de las drogas.
En mi opinión,
las drogas fueron una cultura hasta el 69, después fueron un problema. En el
derrotero de genios que se han perdido podemos nombrar a Elvis, Jeff Buckley, Keith
Moon, Chris Cornell, Layne Staley, Jerry García, Randy Rhoads y podríamos
seguir infinitamente incluyendo en la lista a personas relacionadas “lateralmente”
con la música como el gran Epstein. Todos estos han muerto por el consumo, por
problemas de salud mental derivados o relacionados con estos, o por problemas
que podrían haberse tratado mejor de no haber mediado algún tipo de consumo
conflictivo como es el caso de Jaco Pastorius o Nick Drake. Pero, una vez más,
no intento aquí una perorata moralista anti drogas, sino mas bien poner en
palabras ese sentimiento cada vez que nos alegramos porque uno de estos genios está
vivo (quien no ha escuchado en los últimos tiempos las anécdotas de Juanse
sobre Charly y ha resuelto en milagro su condición de superviviente).
¿Elegiríamos el
mito si pudiéramos volver en el tiempo y decirle a uno de esos cracks que mejor
afloje para poder disfrutarlo un poco más?
Lo que
podríamos denominar, la veta reviente, en el rock no afecta como dije antes, solamente al
músico. En la bío de Clapton uno se puede enterar como atormentaba a sus
compañeras por su alcoholismo, Lennon destruía bares y golpeaba a su amante durante
su separación de Yoko, Richards era lava para los Rolling Stones cada vez que
podía, ni hablar de los “toxic twins” Perry-Tyler o del descontroladísimo Moon.
Es decir, los músicos descontrolados no solo suelen perjudicar su trabajo sino
el de sus colaboradores o familiares que son los que lidian con esas
personalidades a diario (recordemos cuando un stage golpeó a Charly en el
escenario delante del público o la incomodidad de los músicos de Amy Whinehouse
en sus últimos shows). Y no pongamos excusas, todos son unos genios inconmensurables
independientemente de la marca de whisky que tomen.
Hoy, géneros
como el Indie tienen una política mas moderada respecto del reviente en
comparación con unos Mötley Crue en los ochentas, reviente que era y es visto
como condición de producción de una autentica carrera rockera (porque quien
puede imaginar al Ozzy ochentoso limpio - tan distinto del Ozzy actual -). Tanto
nos hemos acostumbrado a esta asociación que hemos naturalizado que el rock y
el jazz y el blues necesitan de la falopa para funcionar (aclaro aquí, una vez
más, que no podría no incluir en el consumo conflictivo a las drogas
recetadas). De hecho, en muchos chicos que he conocido, la balanza se inclinaba
mas hacia el consumo que hacia la producción artística.
Keef (como le decían a Keith de chico) dice
que a ciencia cierta nadie sabe si mataron a Brian Jones, pero que todos
querían hacerlo (de entrada, su mujer Anita Pallenberg a la cual golpeaba). De
la misma manera John Paul Jones murió porque lo dejaron ebrio boca arriba. Es
decir, el contexto tampoco ayuda.
Otros que hoy
vemos “caretas” también han tenido sus dificultades respecto de la falopa.
Muchos lidian aún hoy con sus años de joda. Por eso, cuando celebramos la
cultura rock en la cual el exceso de los cuerpos jóvenes es condición de
pertenencia, estamos pasando un poco por alto la cantidad de héroes que hemos
perdido a causa de esta asociación: me permito agregar ahora a Michael Hutchence y Billie
Hollyday. Pero, además, esta cultural ha legitimado también otros excesos, como
la violencia patriarcal: Ike Turner era profundamente violento con Tina,
recientemente hemos visto como un grupo de hombres exprimió hasta la locura a
Britney Spears y Phil Spector, altísimo productor, asesinó a su esposa la
actriz Lara Clarkson.
El famoso Club
de los 27 está compuesto por Jones (muerto en circunstancias sospechosas como
dijimos), Hendrix (asfixiado por su propio vomito), Joplin (sobredosis), Jim
Morrison (paro cardiaco producto de sus excesos), Cobain (suicidio), Amy
(pasada de alcohol). Pero sí se puede ser un genio sin ser adicto como lo atestiguan Frank Zappa y Robert Fripp. Entonces cuando pensamos en el club de los 27 sencillamente
estamos hablando de talentosos artistas que hemos perdido.
Dice Fripp que
las drogas impiden el correcto emparejamiento entre la mente, el corazón y las
manos en la ejecución del instrumento. Muchos de los más grandes músicos que
han protagonizado hitos de la historia del rock, no recuerdan absolutamente
nada de éstos (como varios de los años de su vida). La experiencia del consumo
influye en el arte como cualquier otra experiencia, lo que nos queda por pensar
es si de forma positiva o negativa. Desordenar la percepción con alucinógenos es
un camino que llevó a Syd Barret o a Jaco Pastorius (ambos bipolares) a la
locura. Por lo tanto, no es un camino sin costo, sobre todo para las mentes
frágiles.
Por otro lado, tampoco es obvio que el consumo de todos los artistas de este género se deba a necesidades artísticas. Diría que en la gran mayoría de los
casos no es así: la cocaína para soportar varios shows por noche, los fármacos
para lidiar con la depresión, etcétera.
Y como este
articulo no tiene pretensiones científicas ni morales he de decir que, en mi
opinión, el camino de la expresión artístico corre en paralelo a muchas otras
experimentaciones en que el ser humano puede incurrir en su necesidad de
encontrar nuevos condimentos para su creación. Y que como todo cuerpo es un
mundo, cada caso lo es. Comencé este articulo contando una sensación personal, ese
panorama se delinea un poco más cuando uno aleja la lupa para ver, mas en general, el
negocio de la música. Que, como todo trabajo, requiere de una cierta
disciplina, orden o como quieran llamarlo. Establecerse objetivos y medios para
conseguirlos para ser luego coherente con ellos, merece por lo general un gran
esfuerzo de concentración. Muchos músicos padecen en este aspecto por sus
consumos. Llegar tarde a shows, no invertir en sus carreras, rodearse con gente
que pierde el tiempo, etcétera, son uno de los tantos problemas que se pueden
sufrir en la veta negativa del rocanrol. Quizás la positiva sea que, en un
ambiente descontracturado, la relación entre las personas sea mas “humana”
(aunque en el nivel de mainstream no siempre sea así) y descontracturada. Lo
que quiero decir, es que es en el medio de cada cuerpo donde está medida
exacta.
Como leí en un
artículo, no es fácil la sensibilidad en contextos tan hostiles como el de
nuestro mundo moderno, porque no hay tiempo, porque no nos alcanza la guita,
porque permitirse abrir el corazón nos expone, por los miedos, por lo que sea. El
arte en general, y la música en particular, ya son “per se” un camino de
auto conocimiento. Como dice la frase, nadie que se pregunte más es más feliz.
Eso vale tanto para el arte como para la terapia. Pero el problema en la
cultura del rock es haber instalado que la solución o el vehículo, es el
comportamiento compulsivo hacia diferentes vicios y no el arte en sí. Digo
problema para los casos en que esto se ha convertido en problema (insisto sobre
ello para que no derivemos en un pasquín del opus dei contra el satanismo de
Marilyn Manson).
Entonces prefiero
yo pensar que los genios, lo son por disposición y trabajo. Esto que parece
obvio es lo que se nos suele perder cuando nos preguntamos por Say no more,
milagro viviente.
Un recuerdo especial para Scott Weiland. Otro que se nos fue y cuyo talento extrañaremos.
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