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La crema


Cristina tomaba un te mientras esperaba que Gustavo volviera. Estaba dolorida y molesta por lo que esos veinte minutos que él tardaría, se quiso entretener con un té de frutos rojos en hebreas, uno de los pocos gustos que aún podía darse. Aprovechó la pausa y le respondió por WhatsApp un mensaje a su amiga Norma que a la mañana le había preguntado cómo se sentía.

Unos minutos después apareció su salvador, Gustavo, con la crema que ella le había indicado comprar. Gustavo la vio sentada y le pregunto qué hacía, si no le molestaba. Ella le respondió que sí pero que no podía estar más tiempo parada porque se le habían hinchado las piernas y estaba agotada. Él le dio la crema y ella salió apurada al baño, se la aplicó y volvió al living con una cara de alivio de publicidad.

–Ahora sí– le dijo a su marido

–Me alegro mi amor– respondió él. Se sentaron a ver la televisión y al cabo de unos minutos Cristina sintió una molestia rara. Avergonzada y asustada se levantó y se fue de vuelta al baño, uno segundos después Gustavo la escucho gritar.

–¿Qué pasó? – le preguntó él desde el otro lado de la puerta.

–Gustavo me pegué el culo– gritó ella. –Me trajiste pegamento– grito de vuelta, pero ahora con voz llorosa.

­–¿Cómo pegamento? ¡Si es la caja roja que me indicaste! –

–¡Pero esta caja es verde! ¡Ay dios! – le respondió su mujer.

–¿Cómo verde? A ver, dámela – Cristina el dio la caja apenas abriendo la puerta del baño. –Pero esta caja es roja–

–¡Gustavo vos sos daltónico la puta que me parió! ¡Te dije que le pidas al farmacéutico! Esto es un pegamento para los dientes o algo así ¡Me pegué el culo Gustavo! – le gritó ella y cerró la puerta de un portazo.

Gustavo se fue al living y se terminó el té en hebras de Cristina mientras su mujer le daba rienda suelta al bidet con la intención de despegarse el culo.

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