Ir al contenido principal

La sangre bulle, bulle, bulle.

La sangre bulle, bulle, bulle.
Odiar un trabajo y la sangre bulle.

La sangre bulle, bulle, bulle.
A través de un ventanal veo a tres niñas bailar con sus tutús porque la sangre les bulle.

La sangre bulle, bulle, bulle.
Escucho a Bill Evans y pienso en sus manos y la sangre le bulle.

La sangre bulle.

¿Te gusta el contenido de mi blog? Ayudame a seguir escribiendo

Invitame un café en cafecito.app
Por el momento, sólo podés invitar cafecitos si sos de Argentina.

Comentarios

Entradas más populares de este blog

Pasteurización (ó los infortunios de la gloria).

¿Qué le pasó a la auto percibida elite intelectual que surgió al calor del gobierno de Néstor para terminar en este desbande amnésico? ¿Qué pasó en estos años para que pueblo y conducción vayan separándose cada vez más para terminar en el triunfo de Javier Milei en las elecciones? Hay una palabra que sirve para comenzar a decir, que es pasteurización. El progresismo de hace unos años a esta parte ha sido pasteurizado. Prolongado su existencia al calor de su desembarco en la estructura del Estado resultando de ello su total desconexión respecto de los intereses populares. Todos estos años ha interpelado al pueblo como si de un objeto de laboratorio se tratara. Ha diseñado sus políticas para ser aplicadas en completo ascetismo y con determinados efectos esperados, ha tenido su definición de pueblo también en la cual el andamiaje ideológico afrancesado pintó un fresco poblado de efigies provenientes del universo académico. Ideas sobre democracia, definiciones de lo institucional o sente...

Seres mitológicos del bestiario nacional

Cuando éramos chicos nuestros padres, comandados por mi abuelo, nos asustaban para que durmiéramos la siesta. En realidad, eran ellos los que querían dormir en las horas donde el sol correntino pega fuerte y para eso, se valían de un monstruo conocido en la Mesopotamia: el dueño del sol. Mi abuelo se iba hasta el fondo de su huerta y desde ahí murmuraba “el dueño del sol” con voz grave, haciendo ruido con cadenas. Y aunque con mis primos dudábamos de la veracidad del monstruo, ninguno se animaba a comprobar si el viejo de la bolsa que secuestraba chicos a la hora de la siesta, realmente existía. El dueño del sol no era suficiente para que durmiéramos, pero sí para que nos quedáramos encerrados en la habitación mientras los adultos se acostaban unas horitas.   El recuerdo de esas tardes me impulsó a investigar sobre los seres que habitan mitológicamente nuestra tierra. Al dueño del sol se lo suele mencionar también con el nombre de Pombero (aunque, para mí, por las historias qu...