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En esta playa sin olas el viento despeina su sonrisa y los rayos del sol hacen llagas en su piel. La distancia y el calor le venden quimeras esta vez. Disfruta, ignorando promesas, lo que nadie prometió en los resquicios de la negación. Y se escabulle ante sus leyes convirtiéndose en un rey. Refresca su tarde roja, adormeciéndose. Duerme un rato entre los pinos agotado de reír y mientras tanto el tiempo se disuelve a su alrededor. Atardece en esa pausa que lo lleva hasta la playa y si el sol se va marchando lo acompaña muy cortés. Y a la noche pensará en que seria de él si el sol, un día, no se quisiera ir.